Sergio Parra
27 de diciembre de 2009
Quienes ya disfrutaron con Inteligencia emocional no pueden perderse esta nueva incursión del investigador y profesor de la Universidad de Harvard Daniel Goleman en las claves neurológicas de las relaciones humanas: Inteligencia social.
Si en su primer libro, Goleman se centraba en cuán importante eran las emociones y su gestión para conducirnos por el mundo, tanto o más que el cultivo de la inteligencia espacial, la matemática u otras, en Inteligencia social Goleman hace hincapié en que todos estamos programados para conectar con el prójimo. Es el propio diseño de nuestro cerebro es el que nos hace profundamente sociales. Y, por tanto, una persona completa es aquella que no desatiende esta importante faceta: su interacción con los demás. La soledad es la muerte, digan lo que digan los anacoretas o los misántropos.
En el fondo, somos más la gente que hemos conocido y cómo dejamos que ésta nos influya que nosotros mismos. Incluso una relación conflictiva con otra persona puede llegar a debilitar nuestro sistema inmunológico. Pues ningún hombre es una isla, somos animales sociales, aunque en el horizonte se vislumbre el hobbesiano el hombre es un lobo para el hombre.
Goleman explica lo que son las neuronas espejo, que promueven la empatía, o las células piramidales, ricas en serotonina, dopamina y otros neurotransmisores que son la vaselina del apego, el amor y el placer. Y a medida que explica de manera sencilla y accesible todos estos abstrusos términos, los hilvana con maestría con sus incipientes descubrimientos acerca del mundo de las relaciones interpersonales. Unos descubrimientos que Goleman no duda que acabarán reconfigurando el campo de la educación, el trabajo, los conflictos sociales o las relaciones de pareja.
Goleman también explica cómo la forma en la que hemos sido tratados en nuestros primeros meses de vida (la frecuencia en la que nuestros padres nos acariciaban, etc.) determina en un importante grado cómo nos desenvolveremos posteriormente en nuestras relaciones sociales. O dicho de otro modo, nuestra inteligencia social no viene sólo de serie, también se modifica en los primeros años de vida y se puede llegar a cultivar y fortalecer de adulto con las herramientas adecuadas.
En definitiva, Inteligencia social, así como lo fue Inteligencia emocional (a mi entender, un libro más redondo), bucea en nuevas teorías acerca de cómo somos y por qué somos como somos usando como base los últimos descubrimientos en el campo de la neurociencia. O dicho de otro modo: Inteligencia social podría ser la versión seria y documentada de un libro de autoayuda: su fin no es la autoayuda sino el conocimiento de nuestra mente y de la mente de los demás, pero el mero hecho de profundizar en este conocimiento sin duda aumentará considerablemente nuestra inteligencia y, con ello, mejorará la gestión de nuestra vida. Sobre todo de nuestra vida con los demás.
Cuando, en los años ochenta, conocí a Paul Ekman, acababa de pasar casi un año de su vida aprendiendo a controlar voluntariamente, delante de un espejo, cada uno de los cerca de doscientos músculos de la cara, lo que no dejaba de estar exento de cierta heroicidad porque, en varias ocasiones, se vio obligado a aplicarse una ligera descarga eléctrica para poder ubicar algunos músculos difíciles de detectar. Después de dominar esa hazaña de autocontrol, esbozó un mapa muy exacto de los distintos sistemas musculares que se ponen en marcha al exhibir cada una de las grandes emociones y sus múltiples variantes. Ekman ha identificado dieciocho tipos diferentes de sonrisa basados en distintas combinaciones de los quince músculos faciales implicados. Entre ellas cabe señalar, por nombrar sólo unas pocas, la sonrisa postiza que parece pegada a un rostro infeliz y transmite una actitud del tipo sonríe y apechuga que parece el reflejo mismo de la resignación; la sonrisa cruel que exhibe la persona malvada que disfruta haciendo daño a los demás y la sonrisa distante característica de Charlie Chaplin, que moviliza un músculo que la mayoría de la gente no puede mover voluntariamente y parece, como dice Ekman, reírse de la risa. También hay, obviamente, sonrisas genuinas que transmiten la alegría y la diversión espontánea y que son, con toda probabilidad, las más evocadoras, por cuanto que son las que más fácilmente registran las neuronas espejo destinadas a detectar sonrisas y desencadenar las nuestras. Como dice cierto proverbio tibetano: “La mitad de tu sonrisa es para ti y la otra mitad para el mundo”.
Kairós Editorial
No hay comentarios:
Publicar un comentario