“Los pensamientos se asemejan al viento, no los podemos ver o tocar, pero siempre podemos observar los resultados de su presencia”
Wayne Dyer
El postulado general expresado por la ley de la atracción ha sido tema de interés desde mucho antes de la era cristiana. Casi mil años antes, Salomón, rey de Israel, escribió en su libro de proverbios: “Como el piensa dentro de sí, así es él”
Para los antiguos filósofos griegos, la naturaleza humana, el universo que la rodeaba y la búsqueda y significado de la felicidad fueron el tema central del gran volumen de conocimiento generado durante varios siglos.
Sócrates no consideraba que la persona debia recibir un premio especial por llevar una vida virtuosa, ya que las consecuencias de esa vida serian su mejor recompensa. Siglos antes, Salomón ya habia enunciado este mismo concepto al escribir: “Si eres sabio tu premio será tu sabiduría; si eres insolente, sólo tú lo sufrirás” (Proverbios 9:9,12)
Este es, en esencia, el resultado final de la ley de la atracción: la felicidad que experimentamos al llevar una vida virtuosa es el mejor premio a nuestra decisión. Si el fin del ser humano es la felicidad, como lo asevera Platón, y ésta solo puede ser lograda mediante la virtud, aquel que sabotea su propio éxito y malogra su propia felicidad no lo hace a propósito, sino por ignorancia.
La ley de la atracción es muy clara en precisar que el ser humano atrae hacia si mismo lo que forma parte de su existencia y lo hace continuamente, no importa si es el resultado de un esfuerzo consciente o no.
Aristóteles tambien afirmó que el fin último de la vida humana es la felicidad. Cuando miraba a su alrededor, veía que los seres humanos persiguen cosas distintas. Algunos anhelan la riqueza, otros sueñan con el poder y la fama, y otros más buscan el amor y la aceptación. No obstante, detrás de todas las diferencias superficiales, todos buscamos lo mismo: la Felicidad.
Para quienes encuentran difícil creer que todo lo que necesitamos hacer para atrer algo hacie nuestra vida es pedir, la Biblia nos dice: Pidan y se les dará, busquen y encontrarán: llamen y se les abrirá. Porque todo el que pide, recibe: el que busca, encuentra: y al que llama, se le abre (Mateo 7:7-8). No obstante, más adelante, el mismo evangelista nos recuerda que el poder de nuestros pensamientos y nuestras palabras pueden ser la causa de nuestros éxitos o nuestros fracasos: Porque por sus palabras serán justificados, y por sus palabras serán condenados (Mateo 12:37)
“Jesús les dijo a sus discípulos: De cierto os digo, que si tuviereis fe y no dudareis, le dirías a la montaña: quitate y échate en el mar, y sería hecho. Todo lo que pidiereis en oración, creyendo, lo recibiréis” (Mateo 21:22-22)
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